Por: Debora Valeria Ruiz
Bajo la imponente arquitectura de la Galería Güemes, en pleno corazón de la Ciudad de Buenos Aires, el tiempo se detiene y el espíritu del tango cobra vida en Palacio Tango. Ubicado en el subsuelo de este emblemático edificio de la peatonal Florida 165, este complejo de dos teatros y un bello salón, ofrecen una experiencia única, donde la música, la danza y la gastronomía se fusionan en una noche inolvidable.
Desde el momento en que uno desciende por las escaleras que conducen a este templo del tango, el ambiente nos envuelve con su elegancia y mística. La iluminación, el sonido de un bandoneón de fondo y la decoración del lugar, transportan a una época dorada del Buenos Aires de antaño.
Mientras sacamos algunas fotos del lugar, se nos acerca una pareja de bailarines y nos propone hacer una foto grupal junto a ellos, a modo de bienvenida.
A continuación, la maitre del lugar, nos condujo al teatro Carlos Gardel para una experiencia única: una clase privada de tango. Allí, entre luces tenues y rojas que creaban una atmósfera íntima y envolvente, nos reunió en la pista Lourdes Cloure, una de las mejores bailarinas del teatro, que nos introdujo en el mundo del tango con una enseñanza paciente y apasionada.
Comenzamos con los primeros pasos básicos, entendiendo la conexión entre los cuerpos y el ritmo del 2×4. Con el correr de los minutos, la música nos atrapó y nos animamos a formar parejas, dejándonos llevar por la esencia de este baile lleno de historia y emoción. La experiencia fue nueva y maravillosa para todos los presentes, siendo una verdadera inmersión en la cultura porteña.
Al finalizar la clase, nos esperaba una nueva sorpresa. Nos guiaron hacia el teatro Astor Piazzolla, donde fuimos ubicados en la zona de platea y Nahuel, nuestro mozo, nos atendió con rapidez y amabilidad durante toda la noche.
Mientras nos maravillábamos observando los palcos ornamentados y el ambiente majestuoso del teatro, desde un rincón del escenario apareció un bailarín que dió la bienvenida a todos los presentes y al grito de: «¡música maestro!» marcó el inicio del espectáculo. Segundos después, varias parejas de bailarines convergieron en el centro del escenario, sincronizando sus movimientos con una precisión impecable.
El show de tango fue una obra de arte en sí misma, un recorrido completo por la evolución del género. Desde el tango de piso, con su sensualidad y atracción, hasta el tango moderno, donde las bailarinas se elevaban en el aire, sostenidas por sus compañeros de pista, que las hacían ver como mariposas o aves sofisticadas. La Milonga también tuvo su momento, trayendo ese ritmo alegre y juguetón que hace imposible no mover los pies al compás de la música.
Acompañando cada escena, una orquesta excepcional le dió vida a la velada, con melodías intensas y nostálgicas que hicieron vibrar el teatro.
La música alcanzó su punto más emotivo con la interpretación de dos cantantes con unas voces privilegiadas, que nos cautivaron con sus versiones de «María de Buenos Aires» y «Balada para un loco».
Los bailarines salían a escena desde distintas partes del teatro, desde un palco alto a un lateral del escenario, impecables y totalmente conectados entre sí, lograban transmitir a través de la expresión de sus rostros la pasión intensa del tango. Un baile que, en sus orígenes, fue territorio exclusivo de varones y que con el tiempo encontró en la pareja hombre-mujer una dimensión aún más sensual, donde el juego de avance y retroceso, entre tímido y audaz, atrapa la mirada de quien lo observa. Cada movimiento de piernas es hipnótico, mientras el bandoneón y el violín parecen llorar, evocando algun amor imposible, la nostalgia de un pasado o una crítica social, que habita en la esencia misma del tango.
Cada número es un despliegue de arte y emoción. El zapateo preciso, los giros vertiginosos y la sensualidad de cada abrazo en el baile generan ovaciones espontáneas del público. La energía en la sala es palpable y el espectáculo, con su puesta en escena, logra conmover hasta al espectador más exigente.
Pero no todo acaba aquí. La atención y la gastronomía también merecen un aplauso.
Palacio Tango ofrece un menú de tres pasos (entrada, plato principal y postre) cuidadosamente seleccionado para complementar la velada.
Los platos combinan los mejores sabores de la cocina argentina y el cierre perfecto llega con exquisitos postres. El menú, acompañado de bebida libre durante toda la noche, incluye agua, jugos, gaseosas, cerveza y una selección de vinos de bodegas mendocinas, que garantizan un maridaje perfecto para la experiencia.
Si visitas Buenos Aires y deseas conocer el tango en su máxima expresión, Palacio Tango es el lugar indicado. Una experiencia que cautiva los sentidos, un espectáculo de alto nivel y un recuerdo imborrable de la pasión porteña.