Por: Bernardo Sabisky
El turismo en la Antártida ha alcanzado cifras récord en los últimos años, convirtiéndose en una de las aventuras más deseadas por los viajeros. Sin embargo, el aumento del número de turistas plantea una gran preocupación: ¿está el continente blanco preparado para soportar este creciente interés sin que se dañe su frágil ecosistema?
Un aumento imparable
En 2024, la Antártida recibió más de 122.000 turistas, una cifra impactante si se compara con los 44.000 visitantes que llegaron en 2017. Este auge en la demanda ha sido impulsado principalmente por los cruceros de lujo, que permiten a personas de todo el mundo cumplir el sueño de pisar el continente más remoto y helado del planeta. La Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO) regula estrictamente las actividades turísticas en la zona, pero la pregunta es: ¿será suficiente?
Impacto ambiental: Una huella difícil de borrar
Aunque los operadores turísticos han establecido normas para controlar el número de visitantes, el impacto ambiental ya es evidente. En particular, la huella de carbono que dejan los cruceros y otros vehículos que transportan turistas está afectando a la Antártida de manera alarmante.
Investigadores de la Universidad de Santiago de Chile han documentado un fenómeno inusual: la nieve que cubre el continente, caracterizada por su blanco inmaculado, se ha oscurecido en las zonas cercanas a los puntos de desembarco y las estaciones de investigación. Este oscurecimiento es causado por el carbono negro que emiten los barcos, helicópteros, aviones y otros medios de transporte utilizados para llegar al continente. Cuando la nieve se oscurece, se derrite más rápido, lo que contribuye al deshielo acelerado de la región. Según los estudios, cada visitante contribuye a la pérdida de unas 83 toneladas de nieve.
Además, los cruceros turísticos generan grandes cantidades de emisiones de CO2, con un promedio de 5,44 toneladas por pasajero durante el viaje. Este tipo de contaminación no solo afecta a la Antártida, sino que también contribuye al cambio climático global, un fenómeno que ya ha alterado las condiciones climáticas del continente, como se evidenció por una ola de calor que alcanzó temperaturas 10°C por encima de la media en 2024.
La sostenibilidad al frente
A pesar de estos impactos, hay empresas que intentan minimizar los efectos del turismo en la región. Quark Expeditions, por ejemplo, se enfoca en ofrecer expediciones más pequeñas y sostenibles. Según Lyndsey Lewis, responsable de sostenibilidad de la empresa, “la sostenibilidad está en el centro de todo lo que hacemos”. Quark realiza un esfuerzo por operar de manera más responsable, limitando el número de pasajeros y llevando a los turistas a zonas más remotas, lejos de las rutas más masificadas.
Además, las empresas turísticas, como Quark, implementan medidas preventivas para evitar la contaminación. Antes de embarcar, los pasajeros deben asistir a una sesión informativa sobre cómo descontaminar el equipo y la ropa, con el objetivo de evitar la propagación de especies invasoras o enfermedades, como la gripe aviar, que ya ha comenzado a afectar a la fauna de la región.
Investigaciones a bordo
Algunos operadores turísticos también colaboran activamente con científicos y conservacionistas para apoyar la investigación en la región. Quark Expeditions, por ejemplo, lleva más de 13 años trabajando junto a Penguin Watch, un proyecto de investigación sobre los pingüinos y su ecología. Investigadores a bordo de los barcos de la empresa han logrado recopilar datos clave sobre las colonias de pingüinos y compartir sus conocimientos con los turistas, lo que fomenta la conciencia sobre la importancia de la conservación en la región.
Un futuro incierto
El turismo antártico parece estar en una encrucijada. Por un lado, ofrece una oportunidad única para conocer un lugar fascinante, rodeado de una belleza que es difícil de imaginar. Pero, por otro, plantea serios riesgos para el medio ambiente, un entorno que ya está siendo afectado por el cambio climático y que podría no resistir el aumento continuo de visitantes.
Es esencial encontrar un equilibrio entre la conservación y el disfrute responsable de la región. Las normativas vigentes ayudan a controlar el flujo de turistas, pero la responsabilidad no recae solo en las autoridades o las empresas turísticas, sino también en cada uno de los viajeros que se aventuran hacia la Antártida. Si no se toman medidas urgentes, el sueño de conocer este paraíso helado podría convertirse en un recuerdo distante, arrasado por el impacto humano.
En definitiva, la Antártida sigue siendo un lugar único, pero el desafío está en cómo preservarlo para las generaciones futuras.