Fotografías: Bernardo Sabisky
Desde el corazón de la provincia de Córdoba, he sido testigo de una de las maravillas más sublimes de Argentina: la Laguna Mar Chiquita. Este vasto espejo de agua salada, donde las montañas se funden con las llanuras, es un santuario de biodiversidad y un destino turístico que despierta los sentidos y nutre el alma.
La Laguna Mar Chiquita, mucho más que un simple cuerpo de agua, es un universo lleno de vida y belleza natural. Como la mayor cuenca cerrada de Latinoamérica, su historia milenaria se entrelaza con la de Miramar, la única población ribereña ubicada en su arco sur. Aquí, la naturaleza y la sociedad han danzado juntas, convirtiendo a este lugar en el epicentro del turismo regional.
En 1994, la Administración de Parques Nacionales de Argentina, reconociendo la importancia de preservar este enclave, creó la Reserva Provincial “Bañados de Río Dulce y Laguna Mar Chiquita”. Con el tiempo, esta área se transformó en el Parque Nacional y Reserva Nacional Ansenuza, asegurando su conservación para la eternidad. Esta designación protege no solo la rica biodiversidad de la región, sino también su invaluable patrimonio cultural e histórico.
Conocida por sus características únicas, la Laguna Mar Chiquita es el mayor lago salado de Sudamérica y el quinto más grande del mundo. Es parte de un humedal que alberga una asombrosa diversidad de vida silvestre y es un Área Importante para la Conservación de las Aves, hogar de las tres especies de flamencos de Sudamérica.
El espectáculo natural de la Laguna Mar Chiquita se manifiesta en la danza rosada de los flamencos. Estas aves, con sus plumajes teñidos de rosa, son una de las maravillas más cautivadoras de este santuario de vida silvestre.
Los flamencos rosados, nativos de la región, encuentran en las aguas poco profundas y salobres de la laguna el ambiente perfecto para alimentarse y reproducirse. Su presencia es un testimonio del valor ecológico de la Laguna Mar Chiquita, que ofrece un hábitat vital para diversas especies.
Miramar de Ansenuza, el único pueblo ribereño, es el punto de partida ideal para explorar esta maravilla natural. Los visitantes pueden disfrutar de actividades como el avistamiento de aves, deportes náuticos, gastronomía local y paseos en bicicleta.
Además de su belleza natural, la Laguna Mar Chiquita está impregnada de leyendas y mitos, como la Leyenda de Ansenuza, un canto de amor en las aguas profundas. Esta historia nos enseña que incluso los corazones más fríos pueden encontrar el amor en las aguas más profundas.
La Laguna Mar Chiquita es un tesoro que merece ser descubierto y apreciado. Su belleza natural, su rica biodiversidad y su profunda historia la convierten en un destino turístico único en Argentina. Al explorar sus aguas y paisajes, nos conectamos con la naturaleza y nos comprometemos a proteger este precioso recurso para las futuras generaciones.
Permítanme sumergirlos en la leyenda de Ansenuza, donde el amor y la tragedia se entrelazan en las aguas profundas de la Laguna Mar Chiquita.
La Leyenda de Ansenuza: Un Canto de Amor en las Aguas Profundas
En un tiempo olvidado, cuando los dioses caminaban entre los mortales y el cielo besaba la tierra en el horizonte, nació la leyenda de Ansenuza. La diosa del agua, cuyo nombre se susurraba con reverencia y temor, gobernaba un reino de aguas cristalinas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Su palacio de cristal, erigido en el corazón de la laguna, reflejaba los colores del amanecer y del atardecer, un espectáculo que atraía a viajeros de tierras lejanas.
Ansenuza, con su belleza inigualable, era la guardiana de las aguas y la vida que en ellas florecía. Sin embargo, su corazón, tan vasto como su dominio, nunca había conocido el calor del amor. Los pueblos que la veneraban le ofrecían ofrendas, esperando apaciguar su espíritu y asegurar la continuidad de su gracia.
La tragedia se desató una tarde, cuando el guerrero sanavirón, herido en batalla, se arrastró hasta las orillas de la laguna. Ansenuza, al verlo, sintió cómo una emoción desconocida despertaba en su ser. Era el amor, un sentimiento que hasta entonces le había sido ajeno. Con cada latido de su corazón, la diosa se humanizaba, y su deseo de salvar al guerrero crecía.
Ansenuza cuidó del guerrero día y noche, cantándole canciones de cuna que calmaban las aguas y sanaban las heridas del alma. Pero el destino es caprichoso, y el guerrero, a pesar de los esfuerzos de la diosa, exhaló su último aliento bajo la luna llena.
El llanto de Ansenuza fue tan profundo que sus lágrimas saladas transformaron la laguna para siempre. En su desesperación, invocó a los dioses mayores, rogando por la vida de su amado. Conmovidos por su súplica, los dioses accedieron a su petición, pero a un precio: Ansenuza debía sacrificar su inmortalidad.
Al amanecer, el guerrero sanavirón despertó, transformado en un flamenco de plumaje rosado, símbolo de su amor eterno. Ansenuza, ahora mortal, desapareció en las profundidades de la laguna, dejando atrás su legado de amor y sacrificio.
Desde aquel día, se dice que los flamencos de la Laguna Mar Chiquita son guardianes del amor verdadero, y que sus danzas son homenajes a la diosa que les dio nueva vida. Los habitantes de Miramar de Ansenuza cuentan que, en noches de luna llena, si escuchas con atención, puedes oír el canto melancólico de Ansenuza, un susurro de amor que cura las almas y une los corazones.
La leyenda de Ansenuza es un recordatorio de que el amor es la fuerza más poderosa, capaz de cambiar destinos y transformar lo imposible en realidad. Es una historia que se entrelaza con la identidad de la Laguna Mar Chiquita, un lugar donde la magia y la naturaleza se abrazan en un baile eterno.
Esta leyenda, queridos lectores, es solo una de las muchas historias que hacen de la Laguna Mar Chiquita un lugar de ensueño, un espacio donde la historia, la mitología y la belleza natural se unen para crear un destino inolvidable en el corazón de Argentina.